Ponferradinos, bercianos y amigos todos:
Por orden del Señor Alcalde os hago saber una buena noticia: Ya llega la Encina. Y lo voy a pregonar a los cuatro vientos con una coplilla que se utilizaba hace algunos años:

Ya llega la Encina
Ya llegan los fuegos,
Ya vienen las gentes
De todos los pueblos.

Buenas gentes de todos los pueblos bercianos, desde Villablino hasta el Morredero, desde Bembibre hasta Borrenes, de Villafranca a Noceda y el Manzanal, desde Langre hasta San Miguel y viceversa. También veo en esta plaza a gentes venidas de fuera, de Madrid, de Burgos, de Galicia, de Barcelona y Andalucía, hasta de Alcorcón. A todos, bienvenidos, están ustedes en su casa.

Por tanto, y con la autoridad que me ha delegado el Señor Alcalde, proclamo que quedan suspendidos los malos humores, los agobios y las angustias. El estrés será severamente multado y por cada ataque de tristeza se quitarán diez puntos. A los aburridos y deprimidos se les conceden vacaciones indefinidas.

Estos días tenemos muchas cosas que festejar. Por ejemplo, que empieza la cuenta atrás de dos centenarios importantes: el de Ponferrada como ciudad y el de la proclamación de la Virgen de la Encina como Patrona del Bierzo.

Se trata de dos grandes acontecimientos que ponen de relieve el progreso y la fortaleza de nuestra ciudad, así como la honda devoción de los bercianos hacia su Virgen Morenica.

A comienzos del siglo pasado, Ponferrada se consolidaba como la locomotora económica del Bierzo, empujada por el carbón y la energía eléctrica. Eran tiempos duros, pero también de esperanza para una comarca que hasta entonces sólo había vivido de sus huertas, ganados y viñedos. De ahí el alto valor simbólico de que en 1908 las autoridades eclesiásticas proclamaran patrona del Bierzo a la Virgen de la Encina y que la Administración elevara a Ponferrada a rango de ciudad.

Queridos amigos y paisanos, quien os habla desde este balcón ha sido testigo de la evolución de Ponferrada y del Bierzo en los últimos años y, aunque sea pequeña su experiencia, tiene el valor de la sinceridad y de la objetividad. Yo nací en Flores del Sil y de mi infancia recuerdo nítidamente tres cosas: que un día casi me ahogo aprendiendo a nadar en el Sil, pero no porque tragara mucho agua, sino porque tenía tanta suciedad aquel río que parecía el Mar Muerto; que el Castillo me daba miedo de lo ruinoso que estaba; y tres, que para subir hasta esta plaza sólo disponía de un puente. Después de mil años, Ponferrada seguía teniendo el único puente que dio origen a su nombre.

Hoy, nuestra ciudad dispone de cuatro, el último de los cuales se inauguró hace unas semanas y lleva el nombre, precisamente, de Puente del Centenario.

Nada refleja mejor el espíritu de Ponferrada que un puente, máxima expresión de que el progreso y el bienestar van unidos a la comunicación. Como periodista conozco bien el valor de la comunicación y todos sabemos que sin el intercambio de ideas, de opiniones, de mercancías y de gentes que van y vienen, aún estaríamos en las cavernas. "Yo, camino", se titula la magnífica exposición de las Edades del Hombre que alberga estos meses nuestra ciudad y a la que han acudido ya más de doscientas mil personas de toda España.

Ponferrada es una de las estrellas más luminosas de esa Vía Láctea que lleva a Compostela. Nuestra ciudad nació y creció a la vera del Camino, abierta a todos los vientos, hospitalaria con todas las gentes, en permanente diálogo con todas las ideas. Y en medio de la ruta jacobea, somos puente, que es el mejor de los caminos, porque sortea los obstáculos, allana la senda y protege del peligro al peregrino.

Pero Ponferrada sigue siendo algo más, como revela la recuperación del Castillo de los templarios. Su rehabilitación simboliza la fidelidad a nuestras raíces, que nos hablan de auxiliar y de ayudar a quienes tienen una meta noble en la vida. Somos puente de paso, es cierto, pero también posada y albergue hospitalario. Somos fortaleza que ampara e invita al caminante a detenerse. La Providencia nos ha regalado los más bellos paisajes y ha colocado en ellos a hombres generosos y solidarios que llevan más de mil años compartiendo su vino y su pan con gentes de todo el mundo.

Camino, puente y albergue inexpugnable: esto es, ni más ni menos, Ponferrada. Esta es nuestra herencia y ese debe ser nuestro legado. Me siento orgulloso de esta ciudad que ha sabido recuperar el río, reconquistar el Castillo y tender más puentes de comunicación y convivencia.


Queridos paisanos y amigos: tenemos muchas cosas que festejar y lo vamos a hacer estos días por todo lo alto. Pero también debemos mejorar muchas otras. Y toda ayuda será poca. Por fortuna, tenemos a la mejor de las abogadas, a nuestra Patrona, la que manda la lluvia para que no se sequen los pimientos, ni se hielen las huertas de nuestros labradores y no se nos arrugue el alma; la que vela por los mineros, que se dejan hasta el último aliento en la rampa; la que une a todos los bercianos y convierte a nuestra ciudad, por unos días, en la ciudad abierta y acogedora que sigue suscitando admiración en el resto de España.

Les voy a contar una historia real que resume cuanto acabo de decir. Muchos de los que estáis aquí la recordaréis, pero es probable que los más jóvenes nunca la hayan oído. Hace ahora 300 años justos, llegó a Ponferrada una joven burgalesa que estaba paralizada de las dos piernas y para desplazarse se arrastraba ayudándose de las manos. Se llamaba María Manuela de Mendoza y tenía 24 años. Su peregrinar en busca de remedio fue tan largo como infructuoso: oró ante la Virgen de Begoña y en Santo Domingo de la Calzada; se postró ante la Virgen de la Majestad de Astorga y del Santo Cristo de Orense. Finalmente, acudió al Apóstol Santiago, pero con idéntico resultado. A su regreso hacia Burgos, María Manuela pasó por Ponferrada y se encomendó a la Virgen de la Encina, a la que prometió servir el resto de sus días si se curaba. Y milagrosamente se curó.

Sin embargo, meses más tarde, ya entrado el año 1707, la burgalesa olvidó su promesa y se dispuso a abandonar Ponferrada. La sorpresa fue que volvió a recaer en su invalidez y quedó aún más tullida que antes. Consciente de su incumplimiento, María Manuela renovó su promesa y quedó total y definitivamente curada. El milagro tuvo tanta repercusión en toda España que llegó hasta la Corte y el Rey Felipe V se declaró devoto de la Virgen de la Encina. Aquel año de 1707 fue pródigo en milagros de nuestra Patrona, pues las crónicas recogen hasta diez, pero ninguno causó tanto asombro como el de la joven burgalesa.

Así que saquemos la moraleja y lancemos un aviso para caminantes: antes de dejar Ponferrada, hay que pensárselo dos veces.

Querido Alcalde, me encomendaste este pregón por mi probada defensa de Ponferrada allá por donde he ido, pero créeme: no es uno de mis méritos, pues Ponferrada y el Bierzo se venden solos y su prestigio es nuestro orgullo. Desde aquel milagro de hace tres siglos, quien aquí llega y por aquí pasa deja para siempre parte de su corazón con nosotros.


Empecé este pregón con una coplilla y con otra lo termino:

Tres cosas he hecho en la vida
Que volvería a hacer entre mil:
Nacer en Flores del Sil
Casarme en la Encina
Y pregonar las fiestas
De la Virgen Morenica

Queridos paisanos y amigos: que de hoy en un año volvamos todos aquí, a esta plaza de Ponferrada, para celebrar juntos su primer centenario como ciudad y para honrar a nuestra Virgen de la Encina como Patrona centenaria del Bierzo.

-PONFERRADINOS, VIVA PONFERRADA
-BERCIANOS, VIVA LA VIRGEN DE LA ENCINA
-FELICES FIESTAS A TODOS